sábado, junio 14, 1997

Sin Corazón

Sin Corazón

 

Tomó el cuchillo con la mano derecha y lo introdujo suavemente en su estómago, como si no sintiera nada. Poco a poco lo fue subiendo, como lo haría si subiera el cierre de una chaqueta, atravesándose el esternón tan fácilmente que pareciera de mantequilla hasta llegar un poco mas abajo del cuello, de donde se sacó el cuchillo con la misma suavidad con la que se lo había clavado. Luego lo colocó en una mesita que estaba a su lado.

Introduciendo sus dedos por la abertura, con ambas manos fue ampliándola como si abriera las puertas de una despensa usando su columna como bisagra para sus costillas. Luego de unos minutos sosteniendo las “puertas”, la presión que ejercían para volver a cerrarse desapareció, por lo que al soltarlas se quedaron separadas como a diez centímetros una de la otra.

Tomó un pañito de la misma mesa en donde se encontraba el cuchillo y se limpió la sangre de las manos. Después de dejarlo de nuevo en su sitio, introdujo su mano derecha por la abertura y se sacó el corazón con mucho cuidado. Estaba rígido como una roca, pero astillado como un parabrisas después de una pedrada. Antes de que lograra ponerlo en la mesa se deshizo en pedazos en sus manos, los cuales recogió y lanzó a la basura con rabia. Luego, calmadamente, volvió a limpiarse las manos y tomó un alambre que estaba en el piso, lo dividió en varias secciones y unió las dos partes del esternón con él, con varios anillos entre las costillas, los cuales soldó luego con otro alambre que colocó a lo largo de la fractura.

Al terminar aquello tomó hilo y aguja y procedió a coserse la piel, quedando tan perfecto que casi ni se notaba la cicatriz al mirarse al espejo. Se puso una franela y recogió todos sus instrumentos, limpió la casa y se fue.

El hombre sin corazón logró al fin la paz. Y así permaneció por un tiempo: Inmune a cualquier daño. Poco a poco fue creciéndole un corazón sin heridas, lleno de vida, y tan suave como alguna vez lo fuere el anterior… Hasta que la conoció…

Ella era una mujer hermosa e inteligente, elegante y culta. Graciosa o seria, acorde a lo que ameritara la situación. Ella logró hacer que su nuevo corazón se desarrollara cada vez más, llegó a tener un tamaño superior al normal… y más suave también.

Sin embargo, con el tiempo el hombre notó con angustia que ambos se iban distanciando, y quien lograra de alguna forma rehabilitar su corazón, ahora lo hería constantemente. Lo cual no era difícil considerando lo blando y delicado que se encontraba.

Con cada herida, las cicatrices que se formaban eran pedazos de piel más dura que la original. Y poco a poco la coraza que se fue formando impidió que siguiera latiendo. La falta de sangre lo fue secando hasta que, como el anterior, quedó solo una piedra arenosa y gris en lugar del músculo rojo, suave y vigoroso que bombeara su sangre originalmente.

Como tantas veces lo hubiere hecho antes, realizó la operación con mucho cuidado. Solo que esta vez la piedra no se deshizo en sus manos, ni se quebró al lanzarlo a la basura. Se mantuvo maciza totalmente. También él agregó algo al proceso: Cauterizó y cosió los extremos de sus venas y arterias, para que no creciera de nuevo. Se levantó y salió de la habitación inmune de nuevo (y esta vez por siempre) a cualquier sentimiento.

Días después, mientras la casa estaba vacía, y usando la llave que él le había entregado, ella entró a la habitación y encontró los restos de la operación. Con tristeza sacó de la basura el corazón de piedra, y comprendiendo lo que debía hacer logró, con mucho cuidado y cariño, regresarle parte de la vitalidad que antes hubiere tenido. Lo colocó en una jarra, en una solución perfumada que hizo que volviera a latir, y lo guardó con celo en un rincón de su propio closet, justo detrás de los esqueletos que allí reposaban.

Ordenó al demonio que tenía bajo su cama guardarlo con su vida, y salió en busca del hombre, que aún no regresaba.

Él, sin saber aún porqué, comenzó a sentir en su pecho un dolor parecido al que experimentaba con cada herida de su corazón, no se explicaba por qué, puesto que se había asegurado de coartar toda posibilidad de que esto sucediera: Después de la operación, construyó una habitación sin ventanas ni puertas - ni tan siquiera un hoyo de respiración - y se quedó dentro. Los ladrillos eran de cristal y eran lo suficientemente ligeros como para que pudiese trasladarlos a donde fuere, pero nadie podía entrar, y él no saldría por ningún motivo. Al encontrarlo, ella intentó persuadirlo de dejarla pasar, pero no lo logró. Primero por que él no quería, pero con el paso del tiempo, y la mejoría de su corazón, comenzó a ceder. Entonces se dio cuenta de que las paredes se habían hecho demasiado fuertes (o él demasiado débil) y no podía romperlas.

Él pasó el resto de su vida aislado tras la invisible barrera que él mismo había creado y ella, donde quiera que fuere, tuvo que cargar siempre con el corazón en el clóset, justo detrás del esqueleto y custodiado por su demonio.

14/JUN/1997
01:52a.m.
y
16/Jul/2000
04:17a.m.
EEDC