domingo, abril 12, 1998

A la Luz del Faro

A La Luz Del Faro

 

Pálida como la luz del faro abandonado, y rígida como las estatuas de mármol, ella comenzó a despertar… Sus músculos se iban relajando, pero la dificultad para abrir los ojos no le permitía ver a su alrededor.

Lentamente se iba incorporando sobre la gran sábana blanca que hacía unos momentos la cubría. El olor a formol era desesperante, aunque no más que el escozor que sentía en las cicatrices en sus muñecas o en la de la incisión que hiciera el forense horas antes en su tórax para realizar la autopsia.

Fue caminando lentamente a tientas por el corredor de la morgue hasta encontrar algo filoso que le sirviera para despegar sus párpados y labios. Tambaleante aún, buscó algo para protegerse del frío que causaba la helada brisa en contra de su piel desnuda, pálida como la luna, pero igual de bella a como una vez lo fuere en vida.

Se repetía una y otra vez que solo estaba soñando, sin embargo lo último que recordaba luego de haber caído desmayada por la pérdida de sangre era la sensación de haber flotado durante algunos instantes por la habitación hasta que todo quedó oscuro. Un segundo más tarde se había comenzado a levantar de entre las sábanas hediondas a formol.


* * *

“Ten cuidado con lo que deseas, que se te puede cumplir”… Son palabras que me repitieron numerosas veces, y a las cuales nunca les presté mucha atención. Nunca pensé que los deseos cumplidos pudieran ser algo de lo cual habría que cuidarse. Hasta ahora…

Llegué a casa esa noche a la hora de siempre, entré a la cocina y me preparé un emparedado. Todo estaba muy tranquilo, por lo que supuse que no había nadie en casa. Tomé el periódico y el teléfono inalámbrico y llamé a su trabajo para preguntar si continuaba allí. Distraído entre ambas cosas me dirigí al baño sin fijarme… mientras entraba me resbalé y caí en el suelo mojado. Pero el suelo estaba rojo totalmente, y ella, tirada allí, en el medio, sin respirar… sin moverse… con las muñecas abiertas… y todo estaba rojo: el suelo, su bata, el lavamanos… Yo, yo también…

Solo sé que al verla sentí una mezcla de dolor y rabia como nunca antes… Y grité. Grité con todas mis fuerzas tratando de expulsar esos sentimientos de mi ser. Pero mientras más gritaba mas me dolía. Mientras más me dolía más fuerte gritaba, abrazándola fuertemente contra mi pecho. Lo único que pensaba, lo único que podía pensar era en el deseo de que aún estuviera viva. Eso también formaba parte del grito… grito de dolor… de desesperación… de rabia… pero también era un deseo tácito de que en algún momento abriera los ojos y comenzara de nuevo a respirar…

Minutos después unos policías la separaban de mí. Los vecinos escucharon los gritos y los habían llamado. Yo estaba tan desconcertado que ni siquiera me di cuenta de cuándo habían entrado, ni siquiera me di cuenta cuando me tomaron por los brazos… hasta que me separaron del cuerpo. Teñido de rojo… todo rojo…


* * *

En la morgue del viejo faro abandonado una mujer, tan pálida como la luz del mismo, se levantaba tambaleante. Tras ponerse una bata que encontró en los casilleros, salió camino a su casa… aunque no deseaba ir hacia allá algo la impulsaba a seguir en esa dirección.

Sus pupilas dilatadas continuaban siendo parte de unos hermosos ojos, que por alguna extraña razón habían recuperado el brillo perdido hacía ya unos años. Después de morir, ella se sentía más viva que durante sus últimos meses de vida. Sin embargo sentía hambre y frío y tenía que llegar a casa… Pero aún no sabía por qué…


* * *

Llevaron el cuerpo a la morgue que se encontraba al lado del viejo faro. Al día siguiente lo llevarían a la funeraria. Mientras tanto fui interrogado por dos policías durante gran parte de la noche. “Solo procedimientos”, dijeron. Me mostraron una nota que encontraron en el apartamento. Lo único que decía era “Te amo mas que a mi propia vida, pero no puedo vivir contigo”. Era su letra… pero ¿qué quiso decir con eso?.

Me dejaron ir como a eso de las seis de la mañana. Estaba agotado, pero no podía dormir. Llamé al trabajo para reportarme enfermo y me quedé en casa limpiando y arreglando las cosas; llamando a familiares y amigos. A las diez, la policía de nuevo en mi casa… El cuerpo había desaparecido…


* * *

Al amanecer, ella aún no había recorrido la mitad de su camino, sentía los brazos y las piernas entumecidos y se sentía tan débil que casi no podía caminar. El camino entre “La Colina del Faro” y su casa estaba tan solo como ella misma se había sentido antes. A pesar de todo, se sentía viva. Era inexplicable la diferencia entre su estado físico y mental en aquel momento, pero sin poder mas que tambalearse durante su trayecto, sentía unas ganas enormes de correr y saltar. Quería vivir la vida que ya no tenía… Quería volar después de romper sus alas…

Sin embargo, sus piernas la llevaban a casa. Y solo allí podría ir.

Llegó a la puerta a eso de las diez, distraída, entró sin notar las miradas de asombro de su esposo y un policía que lo interrogaba en la sala. Sin palabra alguna se dirigió a su cuarto para descansar de la larga y tortuosa caminata la ciudad. Su esposo y el policía quedaron mudos durante largo rato, más pálidos que ella estuvieron mirándose las caras hasta que lograron salir de su sorpresa y dirigirse a la habitación.

El cuerpo yacía apaciblemente boca abajo sobre la cama, ambos se acercaron para revisarlo cuando este se volteó y abrió los ojos, lanzó un quejido y volvió a cerrarlos. Por más que lo intentó, el esposo trató sin éxito despertar de nuevo a su mujer. Mientras tanto, el policía llamó a una ambulancia y al cuartel para reportar el hecho.

Ambos testigos fueron largamente interrogados luego de que la ambulancia recogiera de nuevo el cuerpo… Sin embargo, al no conseguir explicación para el suceso, y notar el agotamiento del hombre, lo dejaron regresar a casa con un citatorio para la tarde siguiente.

Ya al final de la tarde, tras numerosos intentos inútiles de resucitar el cuerpo en el hospital, decidieron llevarlo de nuevo a la morgue del viejo faro para re-examinarlo. Horas más tarde abandonaron el lugar. Dejando en el reporte que el análisis no reveló ninguna anomalía para un cuerpo fallecido dos días atrás. La versión policial indicaba sospechas de que el marido lo había robado, a pesar del testimonio del oficial que lo interrogaba en el momento en que la mujer atravesó la puerta de su casa.


* * *

En la morgue del viejo faro abandonado una mujer, tan pálida como la luz del mismo y rígida como las estatuas de mármol, comenzó a despertar… Tras ponerse una bata que encontró en los casilleros, salió camino a su casa… aunque no deseaba ir hacia allá algo la impulsaba a seguir en esa dirección…


* * *

Tras interrogarnos a mí y al oficial, me dejaron ir con una citación para regresar al día siguiente a las dos para continuar. Regresé a mi casa agotado, me tiré sobre la cama y me quedé dormido, cuando desperté mi mujer estaba de pié al lado de la puerta del cuarto, me levanté sobresaltado y, antes de que pudiera hacer o decir algo ella se había acostado de nuevo en la cama.

Durante todo el día estuve de nuevo en el cuartel mientras me interrogaban mientras que el cuerpo de mi esposa era llevado a la funeraria para prepararlo para el entierro. Esa noche la pasé encerrado en una celda mientras se aclaraba el asunto.

A la mañana siguiente, el cuerpo había desaparecido de nuevo, solo que esta vez, el guardia de la funeraria afirmaba haber visto a una mujer - obviamente ella - saliendo por la puerta trasera poco después de la media noche.

Fuera de cualquier tipo de sospechas, me dejaron ir a casa, hacia donde me dirigí con no pocas dudas, pero con gran curiosidad…


* * *

Un hombre delgado, tembloroso y demacrado por el agotamiento y los nervios introdujo la llave en la cerradura de la puerta de su casa y, sin saber que esperar, entró y se dirigió sigilosamente a su habitación. Notó que una mujer dormía sobre su cama.

Temeroso, como sospechando algo, se acercó a ella para confirmar su identidad. Reconoció a quien había sido su esposa e intentó despertarla sin éxito.

Habiendo muerto hacía ya cuatro días y regresando por vez tercera a su casa para quedar inerte de nuevo, la mujer había dejado de representar para el hombre un sueño convertido en realidad: ahora era sólo una pesadilla de la cual no sabía librarse, por lo que decidió enterrarla esa misma tarde, tal vez - debe haber pensado - la sagrada sepultura le permitiría descansar en paz y no volvería a resucitar.


* * *

El entierro transcurrió con toda normalidad, esa noche pensé que lograría iniciar una vida normal, como todo joven viudo querría hacerlo, recordando a mi esposa con tristeza en lugar de terror, para luego retomar las riendas de mi existencia y alcanzar de nuevo la felicidad. Sin embargo nada de eso fue posible…


* * *

La mujer se despertó casi asfixiada. No recordaba nada desde que había caído desmayada por la perdida de sangre. Cuando quiso moverse, se dio cuenta de que no podía mover su cuerpo, sus ojos y labios estaban pegados y sus músculos rígidos como piedra. Poco a poco se fueron relajando, pero cuando intentó levantarse, se dio cuenta de que estaba encerrada en una especie de cajón. El terror que la invadió la paralizó de nuevo por unos momentos.

Minutos después, calmada de nuevo, comenzó a golpear el techo del cajón. Mientras el miedo se volvía a apoderar de ella comenzaba a golpearlo cada vez con mayor fuerza hasta que comenzó a ceder, aún cuando se sentía más débil que nunca, su fuerza había aumentado de tal forma que en pocos minutos el techo estaba totalmente destrozado. Aún no podía abrir los ojos cuando se levantó, pero palpando el lugar se dio cuenta de que estaba encerrada en una habitación sin ninguna clase de puerta o ventanas, solo las paredes de concreto la rodeaban.

Desesperada ya, recorrió el piso en busca de una de las astillas del cajón de madera, con la cuál se perforó los párpados y luego separó sus labios. No sintió nada, pero no se dio cuenta de esto debido a la confusión y el miedo que experimentaba. Al fin podía ver. Aunque estaba muy oscuro, notó que las paredes y el piso eran una sola pieza, sin embargo, el techo estaba encajado encima de los muros y pegado con cemento, aún fresco.

Tras golpearlo unas cuantas veces el techo se rompió y cayó junto con algo de tierra. Ella trepó por la pared y salió. A la luz de la luna vio que se encontraba en el cementerio de la ciudad, frente a una lápida con su nombre grabado en ella.

Cuando volvió a tranquilizarse comenzó a pensar en lo que había pasado los últimos días y a la única conclusión que llegó fue que, tras desmayarse, había perdido tanta sangre y su pulso se hizo tan débil que la habían enterrado viva. Las cicatrices en sus muñecas le hacían pensar que su teoría era correcta, hasta que el escozor en el pecho la hizo notar que, bajo la ropa, tenía otra que la atravesaba desde el cuello hasta el abdomen. Ya no sabía que pensar. Comenzó a caminar hacia su casa sin saber por qué, no quería ir hacia allá, pero algo la llevaba. Se sentía débil y desconcertada, sin embargo estaba feliz, cosa que tampoco entendía pues estaba aterrorizada por la idea de estar muerta, lo cual era la explicación más razonable que se le ocurría. Lo único que repetía era “Soy un zombi, no puede ser, soy un zombi…”

La mujer no recordaba ninguna de sus tres resurrecciones anteriores. Probablemente porque en ninguna de ellas se encontraba tan lúcida como en esta… Ni tan aterrorizada…

Llegó a su casa poco después de las tres. Silenciosamente entró por una de las ventanas de la cocina. Se preparó un café y un emparedado y se sentó a la mesa. Mientras comía pensaba en qué le diría a su esposo cuando se levantara…


* * *

Cuando me levanté pensé que mi idea había resultado. En mi cama estaba yo solo y no había rastro de que mi mujer hubiera estado en mi habitación de nuevo. Pero cuando me dirigí a prepararme el desayuno la encontré tirada en una silla, con la cabeza sobre la mesa, la mano izquierda colgaba de lado y el brazo derecho, sobre la mesa, sujetaba un trozo de pan mordisqueado. Como cosa rara, un rato mas tarde un policía, por teléfono, me “informó” que encontraron su tumba abierta. A diferencia de las otras veces, ese día el timbre la despertó. Colgué el teléfono sin decirle nada al oficial y me dispuse a hablar con mi esposa.

Aunque no lo había notado antes, percibí en la habitación un fuerte olor compuesto de formol y tierra mojada. Apenas cruzaba este pensamiento por mi cabeza cuando ella se levantó posponiendo la conversación hasta después de bañarse.

Pocos minutos después, guiado simplemente por instinto me acerqué a la puerta del baño y entré, sumergiéndome en la tina junto a ella. Para ese momento ya no pensaba. Actuaba de una manera automática como si nada de lo anterior hubiera ocurrido. Lentamente me fui acercando a ella reviviendo el romance que alguna vez existió en nuestra relación. Sin hacer caso de más nada hicimos el amor allí mismo, luego en nuestra habitación hasta la noche cuando, agotados, caímos dormidos hasta la mañana siguiente.


* * *

En la cama de una habitación espaciosa, una pareja hacía el amor como dos novios en su luna de miel. El hombre no parecía notar la extraña palidez de la mujer, ni las cicatrices que atravesaban su pecho y muñecas, o las heridas en sus párpados y boca. En ese momento solo eran dos personas como cualquiera, unidas en un solo respiro, con un solo latir de corazón y separados totalmente del mundo que los rodeaba.


* * *

Despertamos al día siguiente con la mente aclarada. Mi esposa, aunque radiante, continuaba pálida. Sus párpados y muñecas habían comenzado a sanar, pero la cicatriz en el pecho continuaba intacta.

El día anterior parecía haber sido solo un sueño para mí. No podía comprender lo que había pasado, y debo confesar que estaba realmente asustado por los acontecimientos de la última semana.

Cuando por fin nos disponíamos a reiniciar la conversación del día anterior, noté que el reloj marcaba la hora correcta, pero la fecha era la del terrible día en que la encontré desangrada en el baño. En el momento pensé que era un desperfecto, pero mas tarde vi que los periódicos tenían la misma fecha, al igual que los noticieros en la televisión y radio.

En el trabajo, todos los compañeros, incluyendo a los que fueron al funeral, se comportaron como si nada hubiera pasado. Y al despedirme de ellos en la tarde le mandaron saludos e mi esposa.


* * *

La pálida luz de un viejo faro se distinguía desde la ciudad mientras un hombre confundido caminaba hacia su casa. Abandonado hacía ya algunos años, el faro que le daba nombre a la colina era ahora sólo un monumento vecino al edificio de la morgue. Nadie comprendía cómo ni por qué continuaba encendiéndose todas las noches, pero nadie se atrevía a averiguarlo.

Esa noche, su luz apuntaba al hombre mientras caminaba. Lo siguió hasta la puerta de su hogar hasta que entró y cerró la puerta. Entonces se apagó definitivamente sin ninguna explicación.

12/ABR/1998
4:30a.m.
EEDC