sábado, marzo 10, 2001

De Princesas y Naves

De Princesas y Naves

 

Esta historia comienza con nuestro héroe viajando por el espacio en su nave interestelar. Viajando de un lado a otro, sin preocuparse por nada más que recargar su turbocombustible cada 50000 años luz para no quedarse varado en el medio de la nada.

Un día, mientras cruzaba por el espacio de radiofrecuencias de un planeta cercano, captó la señal de una princesa local. De ahí en adelante, cada vez que nuestro héroe se acercaba por esos lados, la buscaba en su frecuencia y conversaban por un rato.

Pasó el tiempo y el piloto interestelar terminó enamorándose de nuestra linda princesa. Le dijo entonces “¿Por qué no te paso buscando y salimos un rato?” a lo que la princesa contestó “Me gustaría mucho, pero tengo miedo”

De todas formas nuestro héroe entró a la atmósfera del planeta, y se dirigió a la zona de donde provenía la señal. “Voy para allá”, le dijo. “Vas a tener que pasar por muchas pruebas” respondió la doncella.

Al llegar al sitio exacto, el piloto encontró un gigantesco castillo medieval, rodeado por un lago y un escudo mágico, custodiado por un dragón que escupía fuego y lanzaba rayos por los ojos.

Para colmo, los escudos de la nave estaban en mal estado, la última vez que los usó, tardó años en bajarlos, y si los colocaba de nuevo, probablemente jamás lograría permitirle el paso a la doncella cuando llegara a ella.

Así fue que decidió arremeter contra el dragón, escudos abajo pero armas bien cargadas. La batalla duró semanas, todos los días el dragón amanecía con las heridas curadas, y la nave tenía golpes que no le había hecho la bestia la noche anterior. Sin comprenderlo, Nuestro piloto luchó hasta que la nave se desarmó sin razón alguna.

Tomó entonces un vehículo de asalto y volvió a la batalla. El proceso siguiente fue igual al de la nave.

Sin darse por vencido, determinado a salvar a su princesa cautiva, luchó y luchó hasta que quedó desnudo y sin armas. Se acercó una última vez al dragón, convencido de que moriría de no conseguir la victoria esta vez. Pero cuando ya se encontraba a pocos metros, escondido tras unas rocas logró ver la causa de su fracaso: Solícitamente la princesa dedicaba su tiempo a curar las heridas de su bestia protectora. Y ella misma fue quien desarmó su nave.

El dragón lo olfateó y se incorporó para atrapar al piloto quien huyó despavorido hasta donde se encontraban los restos de su nave. Con ellos construyó una fortaleza impenetrable, se metió en ella y levantó los escudos.

La princesa lo contactó por la radio “¿Cómo estás?”. Nuestro héroe no contestó.

“¿Cómo estás?” volvió a preguntar. El piloto esperó un momento. Luego respondió, tristemente, con una pregunta: “¿Por qué?”

La respuesta, no menos incoherente que el resto de la historia fue “No quería hacerte daño. El dragón está para salvarte de mí, no para tenerme cautiva, sino para protegernos a ambos. Si no puedes pasar, no puedo herirte.”

El piloto simplemente dijo “ya el daño está hecho”. Apagó la radio y comenzó a meditar acerca de la forma de apagar los escudos de la nave para intentar salir, sin éxito.

Y la princesa, prisionera de si misma, se olvidó de él mientras alimentaba al dragón y pulía su escudo mágico.

10/Mar/2001
1:46pm
EEDC